Texto: Romina Mena Aballay
Forografía: Enrique del Río
¿Alguna vez te has cuestionado la intriga del tiempo?, y en cuanto a tiempo me refiero a esos milisegundos que pasan desapercibidos pero que generan grandes diferencias y oportunidades en nuestras vidas.
Dentro de esos milisegundos, mi tiempo coincidió con el de un compatriota y nos conocimos en un centro de escalada en San Diego, California. Aquella coincidencia me permitió ser parte de una cordada junto a ellos para ascender el Mount Shasta a las semanas después. Y vaya, ¡qué experiencia!
Este icónico monte es un volcán activo cuya cumbre se ubica a 4.322 msnm, corresponde a uno de los picos más altos de la cordillera Cascada y a la vez, está dentro de los de mayor altitud dentro del estado.
Junto a Quique (Enrique del Río) nos trasladamos desde San Diego a la ciudad de San José al sur de San Francisco, realizamos algunas compras pendientes y nos reunimos junto a Max y Serhiy, dos Ucranianos muy entusiastas que al igual que nosotros, deseaban estar en la cumbre de aquel macizo.
Y bueno, finalmente estábamos a los pies de nuestro objetivo en el Condado de Siskiyou, específicamente en el pueblo llamado Mount Shasta, al norte de California. Ingresamos al parque por la entrada sur a través del sendero llamado Bunny Flat y comenzamos la travesía al primer campamento base denominado Horse Camp. Un lugar bastante bien implementado con baños químicos y una cabaña de resguardo, armamos campamento y muy temprano finalizamos con las actividades para descansar y atacar cumbre al día siguiente.
¡Alza!
Eran las dos de la madrugada y debíamos dejar nuestra morfología de oruga para abastecernos de carbohidratos y emprender la aventura hacia la cumbre.
Comenzamos a las tres de la madrugada, junto a Max, Serhiy y se nos sumó un quinto integrante proveniente de Rumania, Mircea.
Mircea iba a realizar el ascenso en solitario, pero debido a la característica fraternidad que se genera en montaña, se unió a nuestra cordada y juntos comenzamos a dibujar nuestras huellas en la nieve.
La noche se sentía muy cálida, por lo que la nieve estaba prácticamente derretida en modalidad “sopa” y en consecuencia, la travesía fue un poco más exigente de lo habitual. Ascendimos a través de la ruta Casaval Ridge ubicada en el filo del monte la cual nos permitió disfrutar de una vista general de los otros accesos a medida que íbamos ascendiendo.
Desde un comienzo llevamos un ritmo bastante rápido, sin muchas pausas a excepción de algunos momentos en que me detenía a esperar a Mircea, ya que era el más longevo de la cordada y de alguna manera me causaba empatía al relacionarlo con mi padre, deseaba que se sintiera confortable y contenido pues, el apoyo moral en montaña es tan fundamental como los gramos de maní que nos brindan el combustible.
Al crepúsculo de la madrugada realizamos la primera parada general y comenzamos a sentir cómo descendía la sensación térmica, la brisa se tornaba gélida y desde ahí comencé a sentir que realmente estaba en la montaña.
No existe quien no desee esa ansiada pausa, la cual se transforma en la instancia ideal para la camaradería, compartir sensaciones y prioritariamente para realizar los ajustes de equipo necesarios, para luego continuar con el segundo aire y energías renovadas.
El amanecer avanzaba rápidamente mientras comenzábamos a tomar el filo de Casaval Ridge, la pendiente aumentaba paulatinamente y mis pies se comenzaron a entumecer hasta el punto en que los dejé de sentir, dramático pero para nada novedoso.
Alrededor de las ocho de la mañana y desde el filo podíamos observar el segundo campamento base llamado Flat, ubicado en la zona central del macizo en la ruta Avalanche Gulch.
Estábamos a mitad de la travesía y la dificultad comenzó a aumentar notablemente, obligándonos a utilizar el piolet junto a una marcha mucho más técnica y extenuante.
A la altura del último campamento base Lake Helen, Mircea decidió continuar por la cara sur oeste del monte hacia la ruta West Face Gully cuya pendiente es menos abrupta en relación a la de Casaval Ridge, y la cual retoma la ruta alrededor de los 4.000 msnm. Dicha sección, entre ambos campamentos fue el más complejo y agotador pero favorablemente debido a la baja temperatura, la nieve se encontraba bastante sólida, lo cual permitió tener un buen agarre con los crampones y avanzar de forma fluida.
El sentido
Existe una razón particular por la cual cada uno de las personas que asciende hacia las alturas canaliza sus necesidades, gustos y sueños en dicha actividad, le brinda un sentido y lo nutre como ser humano. Dicha razón me causa curiosidad y por el mismo motivo, siento atracción por conocer a personas en ruta, escuchar sus historias y en especial leer entre líneas el objetivo de su hazaña. Eso, me ha enseñado, me ha alimentado y ayudado a comprender poco a poco los canales que utiliza el alma para expandirse y hacerse tangible.
Luego de llegar a la falsa cumbre y detrás de Enrique quien por un momento aceleró el paso y se distanció por al menos 300 metros, comenzamos a sentir esa alegría de saber que se aproximaba el punto más alto y aquel momento tan preciado.
Inevitablemente por sobre los 4.000 msnm la marcha se hacía más lenta pero a la vez confiada, pues nuestro timing estaba dentro de lo esperado y a pesar de que se comenzaba a nublar, sabíamos que estábamos a tiempo para llegar a nuestro primer destino.
Al medio día y posterior a nueve horas de travesía estábamos en la cumbre del Mount Shasta observando toda el área de Shasta – Trinity National Forest, extasiados y en excelentes condiciones.
Felices y agradecidos, dos chilenos, dos ucranianos y un rumano, inmortalizados por una experiencia y una fotografía que se mantendrá en el tiempo, sencillamente impresionada de la forma en que la montaña nos une.
Todos tenemos una razón, todos tenemos un sentido que incluso para nosotros mismos, a veces es casi imposible de concientizar. Aquella búsqueda tan humana.