Por: Sergio Gaete.
La ira proveniente desde el fondo de la tierra. Enormes columnas de humo, lava saltando frente a nuestros ojos, piroclastos incandescentes cayendo a kilómetros de distancia. Esa era la imagen que teníamos del enorme volcán Calbuco, luego de su erupción el año 2015.
Ya finalizaba el 2017 y nuestra insaciable adicción a subir montañas, nos llevaba cada vez más cerca de este hermoso volcán de 2015 msnm. Habían pasado ya casi 3 años desde la última erupción y no solo el ansia de cumbre nos llamaba, sino que también observar el paisaje luego del paso de la furia de la tierra.
Es por esta razón, que con un grupo del Club Andino Universitario, partimos a este icónico volcán de la región de los Lagos. Éramos 3 cordadas, la primera compuesta por Danilo Lobo, Cristián Vásquez (El Oso) y Roberto Mayol; Claudio Rosas, Sergio Larrondo y Gabriel Muñoz (Gabo) la segunda y Alicia Ulloa, Lore Henríquez, Berni Angermeyer y quien les escribe (Sergio Gaete), la tercera. Éramos un gran grupo con capacidades heterogéneas, pero muy fuerte; veníamos bien entrenados.
El año 2016 con la Lore, la Berni y otros amigos ya habíamos intentado este volcán por la ruta de río Blanco, subiendo por la abandonada CONAF cerca del lago Chapo. Lamentablemente en esa oportunidad, el tiempo nos jugó una mala pasada, así que esta era nuestra revancha. Esta vez elegimos la ruta del Valle de los Ulmos, cercana a Ensenada, debido a la proximidad del volcán Osorno, también objetivo en esta ida al sur.
Una parte importante de cualquier salida a un cerro es la planificación, la cual no solo incluye saber que equipo y cuanta comida llevar, sino que también gestionar los accesos. El acceso al Calbuco por esta ruta está gestionado por el parque privado y proyecto de conservación Valle de los Ulmos. Esta iniciativa privada encargada del cuidado y uso sustentable del bosque está a cargo de Bárbara Corrales, con quien nos pusimos en contacto.
¡La primera gran dificultad! Bárbara nos informaba que el parque estaba cerrado y que el cruce del bosque que nos conducía a las laderas del Calbuco, también tenía restricción de acceso. Pero como su objetivo era el uso sustentable, nos dejarían acceder luego de conversar y ser guiados por ella misma y una voluntaria a través del bosque. Tal vez, algunos pensarían que este trámite era paja molida, pero tiene una buena razón. Luego de la erupción, numerosos estudios científicos relacionados a la regeneración del bosque están siendo llevado a cabo en esa zona, por lo que pasar a llevar los sitos de estudio sería una real complicación. Por esta razón, Bárbara requería que ella nos acompañara en el cruce, previo pago de su tiempo.
Luego de por fin tener todo listo y conversado con Bárbara, nos preparamos para el ascenso. La idea era hacerlo por el día, partiendo muy temprano desde Ensenada.
3:00 am y el despertador sonaba en la cabaña ubicada al borde del Lago Llanquihue. Nuestras mochilas estaban listas y nuestros piolets y crampones ya no podían esperar más por tocar la nieve… ¡partimos!
Comenzamos a caminar a eso de la 04:00 am, desde el estacionamiento del valle de los Ulmos. En completa oscuridad cruzamos los enormes campos, ahora cubiertos de ceniza volcánica, la cual podía superar el metro de espesor en algunas zonas. Ruinas de casas, establos y cabañas se hacían notar fugazmente a la luz de nuestras linternas. Un paisaje desolador pero muy interesante de descubrir, ya que evidenciaba lo que hace pocos años había ocurrido aquí. Llegábamos al comienzo del bosque con este devastado paisaje.
Comenzamos a cruzar el bosque y si bien la oscuridad todo lo cubría, los enormes Ulmos, Olivillos y Coigües custodiaban nuestro paso, cuales guardianes centenarios testigos de la erupción en primera fila. Una hora nos tomó el cruce del bosque, justo cuando el sol ya mostraba sus primeros rayos. Aún era temprano y la nieve aún dura no ponía mayores dificultades para avanzar, a pesar de que ya cubría el suelo dentro del bosque. Los árboles, ya comenzaba a desaparecer y solo quedaban pequeños brotes de coligüe y enormes troncos muertos en pie, que perdieron la vida producto de la furia volcánica. A nuestra derecha, lo que antes era una delgada quebrada, ahora era un enorme hoyo producido por el lahar volcánico, que bajó destruyendo todo a su paso al derretirse los hielos en su encuentro con la lava. Un paisaje impactante, tanto como el enorme Calbuco que ahora se mostraba frente a nosotros, teñido de azul producto del alba.
La ruta se mostraba lógica, había que subir por el borde derecho de la ladera que teníamos enfrente, la cual tenía forma piramidal. Al llegar a la punta de esta pirámide, debíamos cruzar hacia más allá, hacia adelante por un corto filo de unos 30 metros de largo, para continuar hacia un pequeño valle que se formada a la derecha del actual cráter, la cumbre estaba a la izquierda de dicho vallecito.
El sol comenzaba a calentar el ambiente y la nieve comenzaba poco a poco a perder firmeza mientras subíamos a la parte más alta de la pirámide. A nuestras espaldas el paisaje era magnífico, mostrándose los volcanes Osorno y Puntiagudo, como también un azul lago Llanquihue que topaba levemente las nevadas laderas del primero. La Región de los Lagos se mostraba a nuestros pies como una inmensa maqueta compuesta de lagos, volcanes y mosaicos de predios agrícolas.
Es así como llegamos al primer paso que requería algo de técnica, el filo.
El filo, de unos 30 metros de largo y en forma de A, no permitía pasar por sobre él debido a lo estrecho de su arista, por lo que tendríamos que hacer un traverse por su cara oeste. La pendiente promedio no superaba los 45 grados, pero algunas secciones estaban realmente empinadas (70 grados aprox.). Considerando que algunos no tenían tanta confianza en tales pendientes, armamos un pasamanos. El Gabo el más fuerte de todos nosotros partiría primero, mientras que yo iría último, para ayudar a que todos cruzáramos bien.
Nos pusimos los crampones, arnés y casco, amarramos los piolets y partimos. Desde la loma en que estábamos esperando, no corría viento y no se veían nubes en las proximidades. Todo andaba perfecto; comenzaron a traversear.
Ya habían cruzado casi todos, solo quedábamos la Berni y yo, así que solo quedaba esperarla. Cuando ella ya había cruzado la segunda estaca, partí.
El comienzo del filo no tenia forma de A, por lo que se cruzaba por encima de la arista, como haciendo equilibrio. Pequeñas lomas de nieve de irregular consistencia y tamaño salían a mi paso. Por la radio escuchaba al Oso decir que luego del traverse quedaba bajar una pequeña pared de nieve dura de unos 2 metros, que no era necesario asegurar, pero si enterrar bien los crampones. Yo seguía avanzando, lento y asegurado a la cuerda, cuando ya era momento de desmontarse de la parte de arriba de la A, para pasar el filo por la derecha. Comencé a des-escalar, la pendiente era pronunciada, clavando mi crampón derecho, luego izquierdo, luego piolet derecho, piolet izquierdo sucesivamente. De esa manera comenzaba a bajar un poco para seguir traverseando. La nieve seguía con su consistencia poco regular cuando de pronto siento algo raro en mi pie derecho, como si el peso de la bota se desbalanceará… que raro pensé para mí mismo, así que bajé la mirada.
Enorme fue mi sorpresa cuando veo mi crampón ¡colgando solo de las correas! Era automático, pero se había soltado completamente. Así que con calma, me auto-aseguré con los piolets lo mejor que pude en la pendiente (debe haber tenido unos 60° en esta parte) y lo volví a poner con dificultad en mi bota derecha. Me costó un montón porque viendo bien, la pestaña delantera de la bota (hecha para poner el crampón automático) había desaparecido. Ahí me asusté un poco, así que respiré y le hablo al Oso por radio
- Atento Oso, aquí Sergio. Tengo un problema con los crampones, espérenme un poco.
- Ok, te esperamos.
Ya casi todos habían terminado de hacer el traverse y des-escalado lo que había hacer, así que solo me esperaban a mí. Me logré poner el crampón a la mala, y di un paso para seguir, pero este se volvía a salir. Ya se hacía tarde (mover un grupo grande gasta mucho tiempo), así que aviso por radio que sigan sin mí. Quedaba un paso que sin crampones necesitaría rapelear, sumado a que en la cumbre se escala un hongo de hielo. Subir, sólo habría supuesto retrasos para los demás, así que decidí quedarme. Informo por radio y comprenden la decisión, unas palabras de consuelo y volver al comienzo del traverse era todo lo que podía hacer; los esperaría ahí.
Tuve que volver por la pequeña sección que ya había pasado, sin mi crampón derecho, el cual colgaba ahora de mi arnés, mientras pensaba como lo podía fijar. No tenía duct-tape y un cordín no me daba mucha seguridad. Así que me resigné, la cumbre me esperaría para otra oportunidad. Solo me quedaba esperar sentado mirando el increíble paisaje, que ahora mostraba el monstruoso Tronador, limitando con Argentina. Al menos me quedaba tiempo para sacar fotos.
Los demás terminaron de des-escalar la mini pared y continuaron con el ascenso. Desde ese punto, solo quedaba subir por el vallecito que separa a la izquierda el cráter y la derecha la cumbre actual del Calbuco. Completamente blancas y llenas ahora de nieve sopa producto del incipiente calor, el grupo continúo el ascenso tranquilamente y a paso seguro.
Así, luego de unas horas llegaron a la base del hongo de hielo y nieve, de unos 30 metros de altura. Este, lleno de coliflores blancas contrastaba con lo azul del cielo y el verde bosque de abajo; solo faltaba su coronación, que solo 5 lo lograrían (Roberto, Oso, Claudio, Sergio Larrondo y Gabo). Haciendo un pequeño traverse por la derecha y luego ascendiendo por un estrecho canalón, lograron posicionarse en la pequeña cumbre. Los demás esperaron en su base.
Un par de fotos y para abajo, ya que era tarde y no querían atrasarse más, ya que la nieve se ponía a cada hora cada vez más mala.
Comenzaron el descenso todos, encontrándose conmigo a eso de las 4 de la tarde al otro lado del filo. Desarmamos el pasamano y continuamos.
La nieve era realmente horrible bajando la pirámide y mucho más al ingresar al bosque. No pasaba un solo paso en que no nos enterráramos hasta las rodillas, si es que no era hasta el cuello. Algunos usaron las raquetas bajando, pero no era suficiente. El potente calor derretía con mucha velocidad la nieve, la cual hacía nuestra bajada cada vez más lenta, una eternidad más bien. La llegada al bosque ya entrada la noche fue un alivio, y más aún a los autos, a eso de las 23 horas.
Habíamos completado una ardua jornada de casi 18 hrs y la cena la esperábamos cuál niño espera los regalos en Navidad. No había tiempo de cocinar, el primer restaurant camino a la cabaña tendría la dura responsabilidad de acabar con nuestra hambre.
El Calbuco es un volcán hermoso, por cualquiera de sus 2 rutas típicas. Los milenarios bosques de Alerce por la ruta de río Blanco, como las albas laderas del valle de los Ulmos son solo un aliciente de lo que nos espera desde más arriba. La pared de roca de la ladera sur o los filos y hongo de hielo, hacen que este volcán sea mucho más entretenido, ya que con solo caminar no basta. Y no solo eso, la emoción y adrenalina de sentir que caminas sobre un volcán activo, donde la furia de la tierra se puede expresar en cualquier momento, es una de esas sensaciones indescriptibles y únicas que hace que todos los esfuerzos valgan la pena, y que sobre todo, te hace sentir que estas vivo, ¡más vivo que nunca!