Nota: Este texto fue extraído del libro “Farellones, Historia de un pueblo de montaña”. Este libro fue recientemente lanzado por la corporación de adelanto de Farellones y es una conmemoración a la historia de este gran pueblo de montaña. Palabras por don Claudio Diaz.
El esquí es una actividad individual por excelencia. Descendiendo por las montañas puedes llegar al fondo de tus pensamientos hasta dar con reflexiones insospechadas. La inmensidad de la naturaleza sobre un par de esquíes te transporta a estados difíciles de acceder por otros medios; deslizarse es una sensación tan placentera que en vez de explicarla hay que sentirla, saborearla; poner el cuerpo y el alma al servicio de ella.
Todos los días de esquí son tan distintos como maravillosos: el del cielo azul, ese azul de pleno invierno, el de ese frío seco y penetrante que acompaña a la nieve recién caída, el de esas minúsculas y titilantes estrellitas de vapor que adornan el aire puro y transparente. La rutina de transpirar se transforma en un placer y un privilegio.
El esquí de un día de nevazon, el silencio blanco de la multitudinaria procesión de copos venidos del cielo, la magia de la naturaleza que viste de novia a la montaña, nieve discreta y silenciosa.
La primavera, estación privilegiada por sus atributos y por su nieve en retirada; el “chantilly” de mediodía, la nieve de “viejito”, todo esfuerzo está demás, todo resulta, fluye y nos sentimos virtuosos y privilegiados. Y por último, el verano, cuando las nieves se van a descansar el próximo invierno.
El atractivo del esquí es la suma de sensaciones y de escenarios monumentales. la inmensidad de la naturaleza nos pone en su lugar: somos libres, pero insignificantes. Ante tamaña verdad que es la montaña, nos cuestionamos el afán mundado, mercantilista y tanta regla humana.
Un buen día de esquí es ese que se prolonga hasta el agotamiento. La última bajada, con la puesta de sol y un cielo indeciso de colores; desde lo alto del Embudo, con el espectáculo de Farellones encendiendo sus luces.
Esquiar es mágico, por que su entorno lo es. La sensación de deslizarse en medio de una postal es mágica por que lo disfruta el principiante y el experto. Tiene sacrificios, como todo en la vida, pero un buen día de esquí es gratificante. Ya en Santiago se extrañara y se añorará que sea viernes o el fin del otoño para volver a nuestra querida y acogedora “villa de montaña”, esa villa nacida en Farellones.
Foto cortesía de Vale Carvallo