Todo indicaba que sería la ventana perfecta. Nieve, frío, y sol. Así es que partimos con dos otras chiquillas, la Isi y la Lea, a subir el Quinquilil, o Colmillo del Diablo. 3 am, y empezábamos a movernos con la poca luz de luna que alcanzaba a atravesar la neblina. Frontales prendidas, y lo más alertas para navegar a través del bosque. En nada quedamos empapadas por una suave garuga y el agua que nos caía de las quilas y árboles. Y en nada también perdimos el sendero y tuvimos que atravesar el bosque de densos arbustos, para a veces, con suerte, encontrar rastros de sendero. Dos pasos pa ́delante y uno para atrás, rebotando contra las ramas. Eran algo así como 600 mtrs de desnivel a través de este bosque, con skis en la mochila.
Luego de unas horas, comenzaron a aparecer los primeros rastros de nieve, y con eso, huellas de otra cordada. El bosque comenzó a abrirse, ganábamos altura, salíamos de la neblina y nos acercábamos finalmente al filo. Se sentía el viento, los primeros indicios del amanecer y la ropa endureciéndose cada vez más con el frío. Pero habíamos logrado salir del bosque, así es que ahora era sólo caminar. Siempre en movimiento para no congelarse. Se empezaban a ver las primeras luces del sol… suficiente para imaginar su calor.
Las vistas despertaban el alma, y nos llenaban de energía. Finalmente el Colmillo se dejó ver por primera vez…. esa vista tan sagrada que hizo que todo valiera la pena.
A lo lejos también vislumbrábamos a dos puntos, ya encaminados en la pala final antes de la escalada al colmillo.
Un poco antes de llegar, nos encontramos con un pequeño rapel para poder seguir progresando por el filo. Una cuerda atascada hizo que nos demoráramos un poco más, pero aún así seguíamos bien en horario.
Desde aquí ya se podía sentir el viento pegando fuerte, pero le seguimos dando igualmente… La última pala de rando fue un constante tira y afloja con el viento. Creo que todas ya estábamos pensando en si la escalada era posible o no. Quizás, solo quizás, la ruta estaba protegida del viento. Después de 6 horas caminando, llegábamos finalmente a los pies del colmillo a las 9 am.
Habían unos vientos tan fuertes que te botaban, muy arremolinado, y para nuestra mala suerte, la ruta estaba muy expuesta. Así es que decidimos con mucha pena no escalar, y emprender la vuelta…
Una vez abajo, contemplamos otra vez al Colmillo… Pensaba en toda la energía investida ese día, todo el esfuerzo, toda la magia y sensaciones que vivimos, todo el viaje recorrido, todo, para llegar a la punta de un cerro…. No puedo decir que no hubo un poco de decepción, pero es bueno recordar que sin viaje, la cumbre no es cumbre. Regalarse las cosas simples del camino; un amanecer, buena compañía, la naturaleza, el percibir… Esas cosas simples que despiertan, estimulan y llenan de sentido espacios esenciales de nuestro ser, y que responden a esa curiosa y constante inquietud humana.
Nos preguntábamos también dónde estaban esos dos puntos que habíamos visto subiendo más temprano, hasta que para nuestra sorpresa, los vimos bajando por la cara SE del Colmillo. Nos quedamos un rato viendo esa tremenda bajada… Un gran regalo poder ver como se concretaba esa línea de los sueños.
Pero todavía nos quedaba la vuelta… Así es que emprendimos rápidamente el retorno. Fue bastante mas rápido que la ida, sobretodo la pasada por el bosque (La gravedad ayuda al jabaliseo).
Una vez abajo, celebramos con unas ricas cervecitas cortesía de Tatán Clement, gran niño- fotógrafo de la otra cordada.
Gracias por tan linda jornada a las cabras lindas y aperradas que tuve el honor de tener como compañeras; Isidora Montecinos y Lea Dupuy.
No llegamos a cumplir nuestra misión, pero se disfrutó y se aprendió mucho en el camino del intento.