Por: Rosario Serrano
Después de una larga e incierta tormenta la cual duró 5 días, la noche del 11 de junio se despejó. El frío era intenso y la temperatura no había subido, aquella era la señal para preparar el equipo y salir a explorar qué sorpresa nos tenía la montaña.
Como madre de una pequeña de dos años, dejé todo programado y organizado y en la mañana del 12 de junio fui por dos amigos (papis también) y nos pusimos los esquís para randonear en busca de la nieve fresca en Nevados de Chillán.
Las condiciones climáticas eran perfectas, el termómetro marcaba -6 y un cielo despejado.
Randoneamos por el centro de esquí en dirección a la clásica torre 25. En el camino vimos un par más de amigos motivados cada quien con sus ritmos.
La mañana avanzaba, pero la temperatura casi no subía, estupendo.
En el camino nos deleitamos con una gran fumarola del activo Volcán Chillán Nuevo, todo un espectáculo.
Al llegar a nuestro objetivo, tomamos un descanso, comimos algo y preparamos el equipo para el descenso. El día seguía frío, la nieve estaba polvo, el descenso lo hicimos por el bowl del Cóndor, esquiando suave en las zonas de más acumulación, 40 a 50 cm de nieve fresca y una base, todo el esfuerzo, organización valieron la pena. La nieve estaba increíble, los tres estábamos eufóricos.
En la mitad de nuestra bajada, evaluamos las condiciones, seguía el polvo pero menos acumulación hacia la parte baja, había que esquiar con precaución de los famosos “tiburones”, cuidarse en esta primera bajada, la montaña está recién dejándose ver de traje invernal, falta más nieve para que se abran las líneas de siempre.
Llegamos a la base, felices, sanos y cansados, era momento de volver con nuestras familias y contarle a nuestros pequeños hijos lo que habíamos hecho esa mañana. La temporada recién comienza.